
Belice nos sorprendió en todos los aspectos y eso que hemos viajado suficiente como para considerarnos difícil de sorprender. Para mi fue una revelación y un asombro total al ver la mezcla de culturas que había en este país y ademas la naturaleza con la cual cohabitan allí los negros de origen Africano (población dominante), los mayas procedentes de Guatemala o México, los indios de la India (sinceramente ignoro la razón por la cual hayan acabado en Belice y ademas formando familias con los negros o mayas locales), por supuesto los chinos con sus conocidas tiendas y restaurantes (chillones y bastante antipáticos en general) y para acabar, el gran numero de población estadounidense llegada a retirarse en la playita, compartiendo el idioma, la tierra y un poco de la cultura. Una mezcla extraña y nunca vista hasta ahora en un país de América Latina, a los que hay que añadir el gran numero de turistas venidos a disfrutar del segundo arrecife de corales mas grande del mundo y que dan a los locales el dinero para poder sobrevivir.
¿Cuales nos han gustado mas? Pues los negros por supuesto por ser fáciles de abordar, siempre bailando, siempre sonriendo y tomándose la vida con mucha facilidad. Demasiada, dicen algunos y tienen toda la razón; pero para un viaje de una semana a nosotros nos han hecho gracia. Luego los indios que también parecen buena gente y los americanos con su aire conquistador y sabelotodo, pero que al fin y al cabo pertenecen ya a la fauna local.

También nos sorprendió la forma de transporte de Belice: en autobuses “confortables” y aireados en los cuales muchas veces nosotros no pagábamos (sí, la primera vez en todos los viajes que hicimos que no nos cobraron en los autobuses y hasta este día desconocemos la razón), el autostop (al parecer si tienes un pick-up y no paras ante un autostopista en este país se considera un gesto de insociabilidad) o en bici (medio de transporte más que necesario en los pueblos de Belice ya que se permiten el lujo de construir sus casas a largas distancias del vecino causando que los pueblos sean largas carreteras con casas a ambos lados de ella).
Bueno, para hablar un poco del trayecto, cabe mencionar que ha sido un viaje planeado por mi misma y por lo tanto ha tenido varias quejas de parte del que tengo al lado ademas de crearle varias pesadillas post-viaje tan verídicas que incluso se ha enfadado conmigo...
Empezamos por Punta Gorda, una 'gran ciudad' de sólo cinco mil habitantes. Sin embargo, la más grande de la parte sureña. Los locales son tan lentos y tan perezosos que ni quieren pronunciar el nombre entero y solo la llaman por las iniciales: PG. Aquí descubrimos un hostal de un americano ecologista que iba por allí a contar los pájaros de la jungla. Buena gente pero también un buen ejemplo de que algunos necesitan más contacto con la civilización y que estar demasiado aislado te hace ver una conspiración debajo de cada piedra.
Noche vieja la pasamos en un pueblo llamado Hopkins, en una tradicional casa beliceña, hecha de madera y en donde se escuchaban todos los ruidos de la otra habitación. La ultima cena de nuestro año tuvo lugar en un restaurante local en la playa, haciendo conversación con unos simpáticos garífunas borrachos que tenían un acento aceptable como para entenderlos.
Luego visitamos Dangriga, otra de sus grandes ciudades, tan grande que no encontrábamos un lugar para comer. Preguntamos y nos recomendaron ir a una casa del parque central, llamar a la puerta y decir que queremos comer. Al parecer el hijo de la señora cocinaba a veces. No llegamos hasta el parque ya que nos encontramos con un restaurante chino poco atractivo, pero abierto, que nos dejó disfrutar de sus tallarines. Otra vez asombro total al ver que dentro del restaurante había un negro y un maya mirando con el chino-padre una carrera de bicis femenina. Hablando y discutiendo sobre ello como si fuera lo mas normal del mundo.

Y por fin llegamos a Placencia, una de las joyas de Belice, ciudad 100% turística y aunque no nos guste lo demasiado turístico, hay que reconocer que el sitio tenía una magia aparte. Allí comimos el mejor helado del mundo, en una heladería italiana. De hecho muchos europeos vivían y trabajaban allí y eso nos hizo pensar... gente lista...
De verdad, hay que verlo!